Erase una vez, un reino en el que la prosperidad y la abundancia se hallaban repartidas de manera justa entre todos sus habitantes. Su rey que tenía fama de ecuánime y sabio, le gustaba pasear al alba por los bellos y exuberantes jardines de palacio, unos jardines en los que crecían toda clase de flores y animales de las más raras y variadas especies.
Un día, hallándose el rey observando el iris oscuro y profundo de un ciervo al que acariciaba, de pronto irrumpió en su mente un poderoso interrogante acerca de la naturaleza de la Realidad.
¿Cuál es la verdadera naturaleza de lo que llamamos real? —se preguntó mirando el ojo abismal de aquel tierno animal.
¿Qué es realmente lo que llamamos realidad? ¿Lo que ven nuestros ojos? ¿Lo que interpretamos de lo que percibimos? —se preguntaba abrumado.
En verdad que hay muchas teorías escritas acerca de la realidad que llenan las bibliotecas de mi palacio, sin embargo quisiera saber algo más preciso, algo más sencillo y clarificador que calme la sed de saber que acaba de inquietar mi corazón.
De inmediato, llamó a su chambelán, y ordenó convocar a los hombres de conocimiento más destacados del reino, a fin de inducirles a elaborar un planteamiento definitivo sobre la naturaleza de la realidad. Aquel grupo seleccionado de estudiosos y amantes del saber, tras muchos años de esfuerzo heroico, presentaron al fin a su majestad un único y enorme tomo intelectual, que pretendía satisfacer la gran pregunta que mantenía en vilo al Rey. Éste, tras observar el tamaño de la respuesta, rechazó el trabajo sintiendo que no respondía exactamente a su inquietud, y les pidió que lo resumieran todo en tan sólo un párrafo. Los expertos, aunque severamente descorazonados obedecieron a su majestad y volvieron a su difícil labor.
Al cabo de otros diez años se presentaron con una propuesta condensada que, seguro, se pensaban, satisfaría la gran pregunta de su majestad. “Todavía es demasiado largo”, —refunfuñó el rey— “Denme una sola palabra. Una sola palabra que lo diga todo acerca de la verdadera naturaleza de lo que llamamos la realidad.”
Con gran pesadez y frustración, el grupo de expertos comenzó de nuevo a deliberar y solamente llegando ya al final de sus días, fue que los pocos estudiosos que quedaban con vida se atrevieron a presentar ante el rey, con manos temblorosas, un manuscrito maltrecho, con muchos borrones. Sobre él estaba escrita una sola palabra. Al verla, el ya anciano rey sonrió iluminándosele la cara.
¿Cuál es? —preguntaron inquietos los cortesanos. El rey mostrando el manuscrito a los presentes dijo:
La palabra que resume la verdadera naturaleza de lo que llamamos la realidad es:
“QUIZÁ”