Desde lo más profundo de mi corazón surge la necesidad de abarcar una parte trascendental de la vida humana: las relaciones de pareja. Intentar exponer un «cómo» tienen que ser las relaciones es imposible, pero si voy a plasmar mi visión personal, dentro de mi experiencia y con un sentir transpersonal.
Mi primera toma de conciencia surgió en los conceptos que alimentaban las palabras en relación a la pareja, sobre todo, dos conceptos que me han hecho profundizar e integrar en la relación:
¿Qué es el Amor?
«El Amor es una forma de vivir, es el estado de conciencia donde el Ego, simplemente es un compañero de viaje, no el director de la obra. Donde no se juzga, ni se culpa, donde se perdona desde el corazón sabiendo, que realmente no hay nada que perdonar. El Amor comprende, integra y sana, no es una palabra, no es una relación, es la energía que nos mueve. Como dice Enric Corbera: «El odio sólo es Amor en su mínima expresión». Si encontramos diferentes formas de amar, es que nunca hemos llegado a Amar.» – Héctor
El Amor cooperativo implica a dos individuos independientes, completos y afines que eligen viajar la vida unidos y superar sus diferencias – Jane G. Goldberg
El Amor es la energía que sustenta nuestro universo, desde lo sutil a lo denso. Dentro la pareja esta conexión crea una magia, unas interacciones nacidas de lo profundo de la persona para vivenciarlas en coherencia, armonía y conciencia.
¿Qué son las relaciones?
Las relaciones son un re-encuentro interior, una necesidad profunda de plasmar en otro ser nuestros aprendizajes, en la mayoría de los casos inconscientes. Una relación está formada por dos acompañantes del Alma, que juntos caminan y experimentan la vida, aprenden, se divierten y ambos se permiten crecer en su individualidad para expandirse así a la totalidad.
El inconsciente, lo profundo, es quien elige por nosotros. Aquellos programantes o recuerdos reprimidos se reflejaran en la pareja: memorias ancestrales, nuestra infancia, las herencias de nuestros padres… Comprender esto nos regala la oportunidad de no juzgar o querer cambiar al otro, porque el otro lo hemos atraído nosotros para algo. Hay un cuento que muestra claramente estos contratos inconscientes:
Dos almas se encuentran en el tren con dirección a la tierra, una de ellas, con total amor y cariño le pregunta a la otra:
– Alma 1:Hola! Tu para qué vas a la tierra?– Alma 2: Hola! Yo voy para aprender a perdonar.– Alma 1: Anda! Pues yo entonces seré tu violador, porque yo voy para aprender a perdonarme…
Esto nos abre la puerta hacia la duración de la relación, desde hace años se nos ha dicho: «Hasta que la muerte os separe», y profundamente siento que esto no es así. Supongo que al mismo tiempo esto puede entrar en un conflicto mente-corazón, la mente dice: ¡¡¡¿cómo?!!, y el corazón dice: «Sigamos aprendiendo…». Siento que cada contacto nos da un regalo, no tiene ni porqué ser de pareja, puede ser amigo o incluso enemigo, pero todos nos regalan una enseñanza que nuestro inconsciente atrae para que nos demos cuenta.
Cuando una pareja ya ha aprendido, experimentado y de repente, parece que ya no se puede más, ¿para qué sufrir?. Una frase de un curso de milagros dice:
Si tu hermano te pide que le acompañes una milla, tu acompáñale dos, pero que ni él té retrase a ti, ni tú le retrases a él.
Si aplicáramos esto, tal vez llegaría el momento en que una pareja se diría algo así como: «Estoy contigo porque quiero, porque me siento en paz y estoy en coherencia». Esto nos abre otra puerta:
¿Qué sustenta una relación?
Me gustaría decir Amor, pero la verdad es que en la mayoría de las relaciones es el miedo y el apego. Yo creía que mi relación estaba llena de amor, sin embargo, cuando me abrí a descubrir qué la sustentaba, reconocí miedos y apegos: miedo a estar solo, miedo al futuro, apegos nacidos de los complejos que tuve en la infancia, creando una relación dependiente y poco sana.
Reconocer, aceptar y compartir estos miedos y complejos, da paso a una relación tremendamente diferente. Porque cuando se lo estás diciendo al «otro», te lo estás diciendo también a ti mismo.
Si quieres crecimiento y unión en tus relaciones, no trates de modificar a los demás, en todo caso, modifica tu forma de ver las cosas – Bob Mandel
Tras unir e integrar esto, lo intenté conjugar en simbiosis con la parte biológica de las relaciones hombre-mujer:
En primer lugar, desde hace demasiados años, la mujer dentro de la pareja ha entrado de una forma social, más que biológica o natural, creando una descompensación muy agresiva en la pareja, tanto en la relación como en las generaciones venideras. La mujer tiene que recuperar su lugar biológico e interior, la conexión de la feminidad tiene que resurgir para poder volver a unir lo que nunca debió ser perturbado.
Por otro lado, la energía masculina también tiene que ocupar su posición. En mayor grado, al hombre ha sido castrado y se le ha educado para no expresar, para reprimir, para ver, oír y callar. Esto ha creado hombres emocionalmente descontrolados, inmaduros y con una sed de amor femenino que desemboca en miedos y apegos, algunas veces, muy dañinos.
El hombre que se atreve a abrirse a su interior, que se permite plasmar y expresar sus emociones reprimidas, se hace más consciente de sí mismo y sobre todo, entra en empatía con todo ser humano. En el mismo contexto, la mujer tiene que permitirse resurgir de sus cenizas, pero ambos y al unísono, regalándole al otro la oportunidad de crecer en su individualidad siendo consciente de la unidad que siempre Son.
En la puerta biológica, el hombre es la voz y la escucha, la mujer, el gusto, el olfato y el tacto. Estas conexiones las explica Christian Beyer en su libro: Descodificación Dental. Esto significa que la mujer alimenta el cuerpo, la conexión con la tierra, y el hombre alimenta el espíritu, la conexión con el cielo.
En conclusión, las relaciones son contactos de nuestras Almas, duran lo que tienen que durar y continúan su camino. Cada una es un regalo, un aprendizaje… Bendigo y agradezco a cada persona que ha pasado por mi camino, Gracias.
Aquello a lo que nos resistimos, finalmente, nos conquista – Krishnamurti